Danzig, península de Westterplace, Polonia, 1 de setiembre de 1939, 4:45 de la madrugada. Una familia polaca duerme plácidamente luego de haber estado degustando durante la víspera filetes de ternera con mantequilla de cerdo, pimienta negra y pimienta inglesa –para el sabor tradicional– con sus hojitas de laurel.
Celebraban la llegada del hermano ausente. De pronto, la ciudad entera retumbó con el fuego abierto que lanzaba el buque de guerra Schleswig-Holstein al fuerte de Westerplatte cerca de lo que entonces era la ciudad de Danzig, hoy Gdansk. Al mismo tiempo, la Wehrmacht de Hitler invadía Polonia por el este, el oeste y el sur. La entrada de las tropas nazis en Polonia provocaría que, tres días después, Inglaterra y Francia declararan la guerra a Alemania. Era el inicio de la barbarie.
on mucho sentimiento y luto en el corazón, el mundo conmemoró 70 años de la guerra más cruel y sanguinaria que haya conocido el ser humano, donde perdieron la vida casi el 2% de la población de ese momento (60 millones de personas).
La guerra desatada por Alemania infringió un sufrimiento inconmensurable a numerosas personas, así como años de privación de derechos, de humillación y de destrucción. Todos los pactos con los nazis, incluido el firmado por la URSS que facilitó la invasión de Polonia, fueron moralmente inaceptables. La guerra trajo consigo años de injusticia, humillación y destrucción en Europa. No existen palabras que puedan describir ni tan siquiera de cerca el sufrimiento de esa guerra y del Holocausto.
Europa se convirtió en la tenebrosa mansión de los muertos, el escenario de una bestialidad sin precedentes de la que los polacos fueron sus más grandes víctimas. Se calcula que entre cinco y seis millones de ellos perdieron la vida en la guerra, es decir, una quinta parte de la población.
Alemania ha pedido perdón. Aquella famosa foto del canciller Willy Brandt, arrodillado en Varsovia ante el monumento a las víctimas del nazismo, es de diciembre de 1970.