viernes, 22 de mayo de 2009

El origen del Estado y sus perspectivas en el Perú

La Independencia

Pronto celebraremos 188 años desde que don José de San Martín proclamó la Independencia del Perú, pues, desde el siglo XVI, nuestro país se había convertido en una colonia del Imperio español.

Sin embargo, en 1821 el ejército realista aún no había sido derrotado, así que en gran parte del territorio nacional el grito de libertad no tuvo ningún significado. Solo después de la Batalla de Ayacucho, en 1824, el virrey La Serna decidió abandonar el país y dejar en nuestras manos la conducción de la naciente república.

Nos liberamos de España, pero no de nuestros problemas. A la era del Tahuantinsuyo, época en la que los incas gobernaron con poderes absolutos sobre una sociedad de vasallos, se sumaron trescientos años de un despiadado colonialismo y explotación. Sin duda, ambas épocas se caracterizaron por ser excluyentes y, por tal motivo, el ejercicio de la participación y de la soberanía popular nunca estuvo presente en nuestra historia política.

Bajo el dominio español, el Perú sufriría la más cruel de las explotaciones. Miles de indígenas morían confinados en las minas de oro y plata, minerales que los españoles saquearon con la intención de intercambiar por las mercancías producidas por la floreciente Revolución Industrial en Inglaterra. De esta manera, el pillaje colonial contribuyó al desarrollo del capitalismo inglés.

Desde el punto de vista político, del colonialismo español no heredamos nada positivo. No aprendimos a elegir ni a ser propietarios. Un gran abismo se interpuso entre las élites ibéricas y la gran mayoría de la población. Así, nacimos como una república exportadora de materias primas constituida por una mayoría de pobres con poca o ninguna participación en los asuntos del Estado.

La República

A partir de 1821 y durante medio siglo después, las bayonetas impusieron a los presidentes. Luego se instauró lo que Basadre convino en llamar la República Aristocrática. Durante esta época, el poder económico hizo y deshizo gobiernos. A partir del Civilismo de comienzos del siglo XX, se sucedieron en el poder representantes de una clase política que se dedicó a usufructuar, en propio beneficio, los recursos del Estado. Se sucedieron varios nombres, pero los intereses siempre fueron los mismos.

Hasta el día de hoy, el pueblo ha seguido ausente de las grandes decisiones que lo afectan. Hemos importado un sistema democrático ya desarrollado para un país que todavía está en búsqueda de su identidad nacional y de un nivel aceptable de civismo. Nos hemos dedicado a construir una república antes que una nación.

Nuestra tragedia consiste en que quienes nos han gobernado nunca estuvieron preparados para asumir tan trascendental reto. Prueba de ello es que, hasta hoy, nos debatimos en la inmediatez, la falta de autoridad y el fracaso. Somos una nave que salió del puerto en 1821 sin saber a dónde ir, con capitanes incapaces y, además, con gran tendencia a la corrupción.

Nada ha cambiado en casi 188 años. No hemos solucionado ninguno de los problemas que determinaron nuestra aparición como república. Al contrario, hemos agregado muchos más en el activo de nuestra desgracia.

Sin embargo, del otro lado del mundo, hace 85 años no existían Taiwán, Corea, Malasia, Singapur ni ninguno de los llamados “Tigres del Asia”. Hoy, a pesar de que importan el 80% de las materias primas que necesitan, constituyen un conjunto de economías desarrolladas.

Hemos perdido más de un siglo y medio de tiempo y seis generaciones. Se ha explotado el 27% de nuestros recursos no renovables. Sin embargo, ninguno de estos activos nos ha beneficiado, pues tenemos una población conformada por 49% de pobres y 25% de extremadamente pobres.

Ha sido tal la incapacidad de los gobernantes que se ha dado leyes excluyentes que afectan al 80% de pequeñas y microempresas, condenándolas a la informalidad. En total, suman cuatro millones de empresas que gestionan alrededor del 70% de transacciones comerciales realizadas fuera del sistema legal.

Perú: País Viable

Me resisto a admitir que, como afirma Oswaldo de Rivero, seamos un país inviable. Pienso, más bien, que el sistema que se nos ha impuesto es irreal, pues no puede aplicarse eficientemente a un país en proceso de consolidación social y económica, como el nuestro.

Al ser la democracia un concepto polisémico, puede adaptarse a todas las realidades. Es necesario construirla a nuestra medida y perfeccionarla en nuestro andar por la historia. Ningún modelo nos debe cautivar, ni siquiera el de los EE.UU., porque ese país nunca fue subdesarrollado; y en cuanto a los países europeos, estos nos aventajan en más de tres siglos la práctica de la democracia.

Afirmo, enfáticamente, que somos un país rico y con grandes posibilidades, pues tenemos lo que a los países desarrollados les falta: materias primas. Por ello, no creo que debamos seguir exportándolas como tales. Es necesario asumir un proceso de transformación consistente y, sobre todo, caminar el futuro por nuestra propia senda. Empecemos a crecer y desarrollar de adentro hacia afuera, como lo hicieron las grandes potencias.

Para que ello sea posible, es necesario un Estado moderno, democrático, descentralista y promotor que cree las condiciones para el desarrollo: potenciar y modernizar las micro y pequeñas empresas con información, capacitación, apoyo tecnológico, financiamiento y búsqueda de mercados en el Perú y en el mundo globalizado. Además, ese Estado debe asumir también un rol subsidiario que lo obligue a ejecutar, en forma suplementaria, todo aquello que, a pesar de no ser atractivo para la inversión privada, es vital para la población, como la educación, la salud, la vivienda, la infraestructura, la seguridad, etc.

Reforma del Estado

En la actual coyuntura de la crisis financiera global, recuperemos el tiempo perdido y hagamos una verdadera reforma del Estado que nos permita generar riqueza promoviendo la creación de empresas. Pero solo si la ley y el orden se imponen en el país, será posible esta tarea, pues ellas son la expresión del Estado de Derecho y, por tal razón, determinan la identidad de un estado democrático.

Necesitamos ley y orden para invertir, ley y orden para garantizar la propiedad privada y ley y orden para consolidar un Estado unitario. Solo cuando el gobernante es legítimo y está capacitado para convocar a la población a la realización de los objetivos nacionales que él ha diseñado, es posible consolidar el Estado. Nada es más aglutinador que el liderazgo, pues para ser líder, como dice Kotter, hay que ser capaz, saber convencer y, sobre todo, dar el ejemplo.

Debemos sentirnos orgullosos de ser peruanos, de haber nacido en esta maravillosa “tierra del sol”, en un país de milenario pasado e ingentes riquezas, y de gente trabajadora, creativa y de acendradas convicciones en búsqueda incesante de oportunidades, no de dádivas.

Hagamos una profunda reflexión sobre lo andado. Que nuestras próximas decisiones no nos lleven hacia el mismo resultado. Merecemos un destino superior, aunque algunos de nuestros gobernantes hayan demostrado no saber cómo alcanzarlo. Ellos son los responsables de la desgracia nacional en la que nos debatimos.

Que Dios nos inspire e ilumine para que, durante el presente gobierno, se realice la esperada reforma del Estado. Este es el instrumento que necesitamos para promover el desarrollo sostenido como alternativa real para la generación de empleo, divisas y descentralización.

En el próximo artículo se desarrollará los temas que deben plantearse antes de emprender el proceso de reforma del Estado:

1. ¿Por qué debe reformarse el Estado?

2. ¿Cómo se debe iniciar y conducir este proceso?

3. ¿Qué tipo de Estado es el que se quiere alcanzar?