miércoles, 16 de abril de 2008

Para Desarrollar Desmitifiquemos la Pobreza

La propiedad fue el germen de la desigualdad. La naturaleza acumuladora del hombre se sirvió de ella para convertirla en riqueza. Desde siempre unos tuvieron más que otros. Pero ahora, hay muchos que no tienen nada. Son los POBRES, que por millones, constituyen la parte sensible y vulnerable de la sociedad.
Por diversas razones, luchar contra la pobreza se ha convertido en el esfuerzo principal de todos los países. Unos casi la han vencido mientras que otros –como el nuestro– han avanzado muy poco en este sentido, pese a la buena voluntad de los gobernantes.
Sobre esta lucha, que es objetivo de Estado, se han urdido mitos que solo han contribuido a distorsionar el origen del problema y hacer menos efectivas las batallas.
El primero pretende hacernos creer que esta lucha solo debe estar en manos de los denominados “partidos de izquierda”, debido a que son los únicos que creen en la “lucha de clases”, procedimiento reivindicativo de los más pobres. La realidad nos dice que esto no es necesariamente cierto. Países como Polonia, China e India no han escogido la senda marxista para alcanzar el desarrollo; aunque también con prudencia han descartado el liberalismo ortodoxo, experimento que tampoco fue eficaz.
El segundo pretende asentar como dogma la afirmación según la cual la pobreza disminuiría en la medida en que el crecimiento fuera sostenible en el tiempo. Esto no es tan cierto, pues no basta crecer: el crecimiento solo favorecerá a los pobres si se transforma en desarrollo. Y para que se produzca esta transformación, es imprescindible que el Estado sea una herramienta, no un obstáculo. Hoy, el nuestro es el primer “perro del hortelano”, como dice el Dr. García en una afirmación que compartimos plenamente. Para que deje de ser “obstruccionista, lento y burocrático” es necesario reformarlo. Tarea trascendental que le compete al Congreso, poder que la ha archivado tantas veces como la ha iniciado. ¿Es necesario hacerle recordar a la Mesa Directiva, que tiene encarpetado el esfuerzo más importante del presente siglo?
El tercero pretende desvirtuar las causas de la pobreza explicándola por sus efectos. La pobreza es la incapacidad económica que tiene un ciudadano para satisfacer sus necesidades básicas. Los efectos de esa incapacidad son –entre otros– el hambre, la falta de educación, las enfermedades y la falta de oportunidades. En tal sentido, repartir alimentos y vacunas no es luchar contra la pobreza sino mitigar sus efectos. Y así el Perú no avanza. No tengo dudas de la buena intención con que se administraron los programas sociales; pero no tengo la misma certeza con relación a su eficacia en esta lucha. Lo que separa a un rico de un pobre no son toneladas de alimentos, sino capacidades económicas.
El cuarto tiene relación con la obra El Misterio del Capital del Dr. Hernando de Soto. El afirma que en nuestro país el capitalismo no permite producir riqueza porque, al carecer de títulos de propiedad, los activos que tienen los pobres no pueden ser representados. Y para que los dueños de esas propiedades decidan “formalizarlas”, basta con los beneficios que da el mercado. Esta afirmación no necesariamente es cierta. Con el Estado que tenemos, los costos de la formalización superan largamente a los beneficios. Esta es otra de las razones por la cual debemos reformarlo urgentemente.
Atrapado en estos mitos, el Estado no ha podido hasta hoy cumplir con la finalidad para la que fue creado: el bienestar general, situación ideal en la que se propicia el pleno desarrollo de la persona humana.
Convengo con el embajador Oswaldo de Rivero en que somos un Estado fallido, pero no inviable. No creo en determinismos históricos, pero tampoco en improvisaciones geniales.
Por esta razón, comparto la tesis de Gonzalo Martner, señalada en su obra Introducción a las economías del tercer mundo, según la cual “la planificación es un elemento indispensable en las economías contemporáneas”.
Siempre me pareció paradójico que, siendo el Estado una institución permanente, careciera de un plan de vida de largo plazo. Es por ello que he alentado, a veces en solitario, la elaboración de un Plan Nacional de Desarrollo que contenga los objetivos que el país debe alcanzar en treinta años. No hacerlo, nos hará caminar en la historia como hasta hoy: improvisando. Y como tal, malgastando los exiguos recursos que tenemos, atrapados en la inmediatez.
John K. Galbraith, en su obra El nuevo estado industrial, pone de manifiesto también el valor de la planificación y la importancia que debe tener la organización dedicada a ella.
Lamentablemente, en nuestro país no hemos querido entender las bondades de este esfuerzo. Nuestros vecinos han incrementado la presencia de sus entes planificadores. En Chile, es un Ministerio. Aquí, pasa desapercibido. El gobernante piensa en las próximas elecciones; el estadista, en el próximo siglo. Tal vez allí esté la explicación.
La presencia del Estado en una economía subdesarrollada debe ser más intensa, afirma Pierre Salama en su obra El proceso del desarrollo. Comparto plenamente esta tesis.
Además, esa presencia debe tener la forma de un Estado promotor y subsidiario.
Promotor, para crear el entorno favorable que permita el desarrollo de todos los agentes económicos proporcionándoles asesoramiento tecnológico y, de una buena vez, una inversión mayor al 0.1% del PBI para la investigación y el desarrollo. Es con este esfuerzo con el que deben comprometerse las grandes empresas, en lugar de buscar permanentemente las dádivas mercantilistas del gobierno. Búsqueda de mercados en el país y el extranjero. Asesoramiento en gestión administrativa. Incentivos concretos para formalizarse y facilidades para acceder al mercado de capitales. Solo así el Estado cumplirá su rol y justificará su existencia.
Subsidiario, para que se obligue a asumir aquellas tareas que no son atractivas a la inversión privada, pero que son una necesidad para un sector de peruanos. Justificación plena para que se actúe a favor de ellos.
Tengo fundadas esperanzas en que muy pronto sentaremos las bases del desarrollo, que la Lucha contra la Pobreza será por fin efectiva y que las señales de que el Perú avanza no serán desayunos ni almuerzos asistencialistas, sino educación, salud y empleo. Desmitifiquemos la pobreza.