lunes, 20 de abril de 2009

A más crisis... más optimismo y realismo

Cristal de mira

Dependiendo del cristal ideológico a través del cual ha sido auscultada la crisis financiera internacional, se han tenido diversas interpretaciones, diagnósticos y pronósticos acerca de ella.

Algunos economistas de orientación izquierdista han augurado el fin del capitalismo. Para ello, se han apoyado en Immanuel Wallerstein, sociólogo y científico social nacido en Nueva York quien, junto con Noam Chomsky, lideran los movimientos antisistémicos y antiglobalización. El pensamiento de Wallerstein tiene un vínculo directo con la obra de Marx y Fernand Braudel. Por tal razón, no es extraño que sus conclusiones, respecto al futuro del capitalismo, tengan un matiz apocalíptico.

Sin embargo, frente a esta interpretación, existen otras líneas de pensamiento que, más bien, afirman el fortalecimiento del capitalismo después de esta crisis, pues el Estado perfeccionará sus controles, sus reglas, sus regulaciones y tendrá mayor presencia entre los actores del mercado, tal como lo recomendara Keynes después de la gran crisis del año 1930.

Pesimismo importado

En el plano nacional ha sucedido casi lo mismo. El anuncio del presidente García respecto al blindaje de nuestra economía frente a la crisis fue mal interpretado. En ningún momento, expresó que sus efectos no llegarían a nuestras costas. Eso hubiera sido absurdo. Lo que dijo es que estábamos preparados para afrontarla. Los sucesos posteriores al anuncio y a las críticas han confirmado que el Perú y Costa Rica son los únicos países que tendrán más capacidad para capear el temporal.

Sin embargo, se insiste en emitir apreciaciones pesimistas respecto al desaceleramiento en el crecimiento de nuestra economía. Los augurios que afirman que el próximo año habrá un crecimiento del orden del 5% respecto al PBI han sido la fuente de toda crítica. Con ello se ha obviado la historia económica de nuestros país, pues en febrero de 1995 se experimentó un pico del 13,1%, aunque, durante los veinte meses subsiguientes, solo se alcanzó el 1,6%.

El vaso está medio lleno o medio vacío, parece ser la discusión bizantina en que estamos atrapados. No nos damos cuenta de que deberíamos construir el país con ideas y no con demagogia, que es como se denomina a la crítica insensata e irreflexiva. ¿Cuál ha sido el aporte de quienes critican al Gobierno? Ninguno. ¿Es esta poca capacidad contributiva el mejor activo de los “líderes políticos” para merecer estar en el partidor de las próximas elecciones? Lo probable es que durante la campaña se discutan nimiedades y se intercambien adjetivos, soslayando temas tan importantes como este. Se discutirá de todo para que nada cambie. Y, así, añadiremos, con pesar, cinco años más a los 180 de fracasos y frustraciones.

Realidad de la crisis

Los índices de la economía estadounidense apuntan, cada vez más, a un diagnóstico de depresión: el comercio se cae, la riqueza se evapora y el sistema bancario esta en la ruina. La deflación es una amenaza constante, las empresas reducen salarios, producción y precios. Los gobernantes de todos los países del mundo implementan planes anticrisis para evitar que esta se agrave.

Los estadounidenses, ante la crisis más grave de su vida, venden sus acciones y bienes, solicitando al Gobierno ayuda y asumiendo actitudes más conservadores respecto a tomar prestado, prestar e invertir.

Algunos sectores, como vivienda, automovilístico, servicios financieros e industrial se encuentran en depresión, lo que ha producido un colapso en el mercado laboral.

El Fondo Monetario Internacional dice que, con esta crisis, será la primera vez, desde la segunda Guerra Mundial, que Estados Unidos y otros países industrializados sufren una contracción simultánea en sus economías.

Optimismo oportuno

El mercado está compuesto por seres humanos que piensan, gozan, se asustan y, sobre todo, consumen. Es en razón de sus expectativas y deseos que se mueve la economía, la misma que no escapa al sentimentalismo.

Son estos argumentos los que dieron cabida a psicoanalistas y psicólogos en la ciencia económica. Uno de ellos, Moisés Lemlij, dice que “el optimismo genera un inexplicable clima de estabilidad económica que, normalmente, se contradice con lo que ocurre alrededor del mundo”.

A pesar de pronósticos internacionales desalentadores, los 100 gerentes generales y ejecutivos de las más grandes empresas locales señalan que sus compañías crecerán entre 5% y 20% entre el presente y el próximo año, como dice la consultora GMR. Vaticinan que el sector consumo crecerá entre 5% y 6%. No existe ninguna duda de que la crisis ya se ha manifestado en sectores como la minería, agroindustria y manufactura, pese a lo cual, se mantiene un cauteloso optimismo empresarial. ¿Qué ha pasado? La respuesta parece ser el efusivo comportamiento del Dr. García, quien permanentemente inyecta el entusiasmo que ha hecho la diferencia.

La Dra. Lourdes Flores, con un lenguaje mesurado, le ha sugerido que no peque de optimista, pues ello podría crear expectativas que luego no podrían ser satisfechas. Pareciera que, en momentos de crisis, es preferible pecar de entusiasta, que de lacónico. Sin embargo, habría que tener presente la coyuntura de la Crisis Financiera Internacional que vive el mundo globalizado.

Qué hacer

Cumpliendo con nuestro rol contributivo, quisiéramos expresar nuestras dudas respecto a la capacidad del Estado (los tres niveles de Gobierno) de invertir rápido, bien y honestamente los recursos que se han orientado a la infraestructura. Estamos en marzo y se nota que ese “perro del hortelano” no ha superado sus defectos.

Pero creemos también que la solución no pasa por eludir controles ni leyes, como en acto de desesperación ha sugerido el presidente García. Creemos que ha llegado el momento de iniciar la tantas veces postergada Reforma del Estado. La crisis y el futuro del país requieren que el Congreso, de una vez, deba abocarse a la tarea más importante de este siglo.

El no haber podido convertir el crecimiento en desarrollo es la prueba más elocuente de que este emprendimiento es impostergable.

Cambio del modelo exportador

De acuerdo a las características que describe el economista Raymond Barre en su obra El desarrollo económico, nuestro país es dependiente. Dependemos no solo de los capitales privados externos, sino del precio fluctuante del mercado respecto a nuestras exportaciones. Estas, al ser mayormente primarias, nos hacen más vulnerables, pero también, cuando el precio de ellas sube, nos vemos favorecidos, como ha ocurrido en los últimos seis años.

Era obvio que esto no iba durar. Al desvanecimiento de nuestro auge, se ha sumado la caída de la capacidad adquisitiva de nuestras exportaciones. Estas no solo han caído en cuanto a precios, sino también en términos reales al 4,6% a diciembre del 2008. Por tal razón, han crecido las importaciones en un 14,7%, produciendo el primer déficit en nuestro comercio exterior para el cuarto trimestre del 2008, luego de 22 trimestres consecutivos de superávit, como afirma Farid Matuk.

Se hace entonces necesario ir cambiando, paulatinamente, el modelo exportador. De uno primario, debemos pasar a otro con más valor agregado. Para lograrlo, el Estado y las empresas privadas deben destinar mayor presupuesto a la investigación y el desarrollo. Chile podría ser un adecuado referente.

Otro aspecto en el que se debe incidir es en la proporción entre el gasto público y el crecimiento. El primero solo fue del 13% respecto al 87% del gasto privado en los dos últimos años. Esto equivale a decir que, del crecimiento promedio de 8,6% anual, solo 1,4 puntos le correspondieron al total del gasto público. En un país con las características económicas y sociales como las nuestras, el Estado debe dinamizar el crecimiento. A pesar de que este esfuerzo ha sido cabalmente comprendido por el presidente García, no existen el dinamismo en el gasto y la honestidad necesaria. Hagamos algo, ya, con el “perro del hortelano”.